Viernes. Ocho y media de la tarde. Estoy molida de toda la semana, pero no me apetece hablar con mi sofá toda la noche. Espero que lo entienda. Voy a mandarle un mensaje a uno de los chicos que conocí en el curso de escritura; el que resulta que es casi vecino. Casualidades de la vida. Es lo que tiene vivir en barrios bohemios, que la gente va a cursos de escritura y no de arte floral japonés.
Vale. Ya está. Tiene que currar mañana, así que será algo tranqui. Mejor. Yo también estoy cansada.
Bueno, igual es un poco raro quedar con él a solas. Hemos coincidido varias veces de vuelta en el metro, pero con cañas de por medio y a solas, nunca. Me cae bien, pero no sé qué intenciones tiene. Ni siquiera sé las mías. Mejor voy a escribir a alguien más del grupo, por si se vienen. Así no será tan chocante.
Perfecto. También se apunta el de los amigos viajeros. El otro día nos contó que todos sus colegas se acaban pirando fuera de España. Igual está muy solo aquí en Madrid. Como yo desde que mis amigas se fueron a vivir a sus niditos de amor. Le entiendo. Por eso he hecho bien en avisarle y me alegro de que venga.
Pues ya está. En una hora tengo que estar lista. Iremos a un teatro-bar de Lavapiés. No sabemos quién actúa, pero es un plan diferente. Mierda; ahora que lo pienso, no tengo ropa para ir desarreglada. No quiero parecer pija. Voy a rebuscar en el armario.
¡Uf! Menos mal. Ha costado, pero me han cabido los pantalones de cómic que me compré hace seis meses por si salía otra vez por Malasaña; que la última vez tuve una crisis estética al verme ataviada con un vestidazo blanco y tacones de infarto en mitad de un antro rockero.
Bueno, pues allá vamos. Cierro la puerta, bajo dos escalones y vuelvo a subir para colocar los cojines del sofá por pura inercia. Tal vez tenga visita al final de la noche. Quién sabe. Aunque esto es como lo de ir depilada por si ligas. Al tío probablemente no le importe; pues menos le va a importar que los cojines estén descolocados. En fin. Llego ya un poco tarde, voy a acelerar el paso.
Hace una noche ligeramente húmeda. Se me riza más el pelo. Perfecto. Look desenfadado para un plan informal.
Llego a la plaza de Lavapiés. Soy la última. Mis dos compañeros están junto a un cajero, abrigados hasta el cuello, con las manos en los bolsillos y con sus respectivas barbas a modo de bufanda. Le doy dos besos a cada uno. Creo que vamos a tener que empezar a beber muy pronto para entrar en calor.
Ya vamos de camino al sitio. Me produce cierta satisfacción esto de llevar dos escoltas. A veces voy en medio, otras me echo a un lado o me quedo atrás para que hablen entre ellos. Entonces me quedo mirándoles de arriba abajo. El abrigo de uno tiene pinta de pesar un huevo.
Por fin llegamos al garito. Parece una cueva de anarquistas. Debe de ser una casa reconvertida en local; está lleno de carteles reivindicativos y de culturilla moderna. En la barra no venden Coca-Cola por lo del cierre de la fábrica. Solidaridad, supongo. A mí me parece una soberana gilipollez, pero me callo. Que estoy en territorio hostil; y además no me gusta la Coca-Cola.
Primera ronda
Tres cervezas por favor –pide uno.
Yo quiero Alhambra –les digo.
Pues tres Alhambras.
Nos vamos con nuestros botellines al salón de al lado. No me apasiona la cerveza, pero no había muchas más opciones. Nos sentamos en una mesa con mantel a cuadros y cuatro sillas de madera. Rígidos, mirándonos las caras. Cada uno con su botellín entre las manos. Nos han puesto unos tristes panchitos. Luego supongo que pediremos algo de cena. Sigo mirando la sala: hay una mezcla muy rara de muebles y conceptos. Justo a nuestro lado, una estantería con libros de arquitectura.
Mira, de lo tuyo- le digo al arquitecto del grupo.
Coge uno, lo mira por encima y lo vuelve a dejar en su sitio. Debe ser que no le gusta hablar de trabajo en fin de semana. A mí tampoco, pero es de lo que acabamos hablando. Al fin y al cabo estamos sentados en una mesa de comedor formal, así que la conversación es congruente con el espacio.
Segunda ronda
Me levanto a por tres tercios más. El primero aún no lo he terminado, así que durante unos minutos estoy a dos bandas con los botellines. Curiosa analogía con mis compañeros. La verdad es que no sé a quién atender. Me parecen interesantes. Yo también se lo debo parecer, porque decidimos pasar del teatro y quedarnos tomando cerveza en la zona de bar. Yo tengo hambre… ¿estos chicos no comen, o qué?
¿Pedimos algo de comer?
Vale, sí…yo quiero esto –dice uno señalando una tosta de la carta.
Pues yo…esta otra – dice el otro.
Me levanto de nuevo. Esta vez noto el efecto de los dos tercios. El camarero de la barra es gaditano y gay (esto debe de estar contemplado en las estadísticas). No tienen casi nada de lo que hemos pedido. Joder…pues yo tengo hambre.
Pónganos entonces tres tostas de lo que tenga.
Vuelvo a la mesa y pillo a mis dos compis hablando de cine. Mierda. Se me acabó la conversación. Nunca he sido muy cinéfila y me siento inculta. Da igual, ya me tocará el turno de hablar. Y si no, pues a comer, que hay hambre.
Tercera ronda
Llevamos casi una hora y aun no nos han traído las tostas. Nos hemos mudado de sitio a una mesa con sofá y sillones que hay al lado de la barra, para hacer presión. Joder, que el camarero está solo, pero también está solo el bar; el resto de gente está viendo la obra…o lo que sea que estén haciendo ahí dentro. Igual es un mitin político clandestino.
¡Las tostas por fin! Y tres tercios más de Alhambra. Ahora ya estoy sentada en medio del sofá. Empiezo a notar la sonrisa suelta y los ojos vidriosos. Menos mal que voy a ingerir algo de comida.
Siguen hablando de cine. Y yo estoy en la línea de fuego de su cruce de palabras. Me concentro en comer y asentir con la cabeza. Muevo las piernas constantemente. Sí. Me aprieta el pantalón. Voy al baño a ver si meo algo de cerveza retenida.
¡Uf! Escalones.
Tengo cara de borracha. Esta ya me la conozco. Estoy empezando a no coordinar movimientos. Cuando suba les diré si quieren tomar la última en mi casa. Estoy muy cómoda con ellos, pero no con este maldito pantalón.
***
Chicos ¿dónde queréis ir luego? Está lloviendo y, al ser viernes, no sé si hay muchos bares que cierren tarde. Yo os puedo invitar a mi casa, que está aquí al lado y tengo cervezas y alcohol duro.
***
Ansia viva
Fácil y rápida decisión.
Ya vamos camino de mi casa, hablando –esta vez sí- más de nosotros mismos. Noto como que fluye más la energía, ahora somos cómplices; sobre todo con las coñas del qué pensarán el resto de compañeros del curso de escritura si les mandamos una foto. Incluso nos atrevemos a invadir nuestras esferas vitales con algún brazo que otro pasado por la cintura o el hombro.
¡Mirad, chuches! Venga va…vamos a comprar. Somos unos gochos de cuidado. Aunque con la mierda cena que nos han puesto en la taberna no me extraña.
Hemos comprado tantas guarrerías que hasta el pakistaní de la tienda nos ha regalado chicles. Y ahora un kebab para los chicos. Para rematar.
Pago yo. Porque sí, coño. Porque me apetece invitaros, que para eso sois mis amigos.
Además el camarero de los kebab ya me conoce. Siempre voy sola. Hoy debe de estar flipando por las horas y la compañía. Se ha despedido con una sonrisa inquietante.
***
Cuarta ronda
Bueno, pues esta es mi casa. Poneos cómodos.
Por alguna extraña razón me comporto como una autómata de la cocina al salón y de ahí al mueble-bar del pasillo. Creo que tengo interiorizados los movimientos de anfitriona. Por muy borracha que vaya siempre sé dónde están los hielos, el pelador para la cáscara de naranja y la cucharilla rizada para romper la burbuja. Ellos están ya en el sofá zampándose la re-cena. ¿Se habrán fijado en los cojines colocados?
Saco el arsenal de bebidas: sirvo un whisky y dos gintonics. Kike me pide un tarro de lentillas. La noche promete. Yo no puedo beber un sorbo más enfundada en este cómic elástico. Voy a ponerme el pijama.
Quinta ronda
Qué rápido bebéis, cabrones.
Pues no tengo más whisky, Carlos. ¿Quieres una ginebra con sprite?
Sí, y también quiero probar la absenta de Marihuana.
Eso es, con dos cojones. Vamos a mezclarlo todo. Menos mal que nos estamos hinchando a gominolas y Risketos.
¡Venga…una foto para el grupo del curso! La mesa parece una destilería. Hacía mucho que no me reía tanto.
Sexta ronda
Qué majos sois, joder. Estoy aquí contando la historia de mi vida con la lengua de trapo y estáis aguantando el tipo dándome ánimos. Vale que no os escucho como debería y que mañana no me acordaré de nada. Pero os quiero, de verdad.
Venga, vamos a tomarnos ahora unos chupitos de un aguardiente polaco que me trajeron mis padres. Tiene pepitas de oro. La última vez que lo tomé no me acordaba de nada al día siguiente.
¡Brindemos por esta noche!
***
La laguna
No sé qué hago sentada al revés en pijama en medio del sofá con las piernas en el respaldo. Se me cierran los ojos. Creo que hasta le he dado alguna calada a un cigarro. Ahora sí que os veo borrosos, uno en cada esquina del sofá. Descalzos y bastante perjudicados. Maldito invento polaco.
La realidad
¿Tú no currabas mañana, Carlos?
Querrás decir hoy…
Yo voy a ponerme las lentillas y me voy andando hasta el coche para que se me pase.
Llueve.
Da igual. Me gusta andar y mojarme – dice Kike muy convencido.
Bueno pues hasta luego, chicos. Nos vemos el domingo en el cine, a ver si aprendo algo.
Vuelvo a darles dos besos y ahora también un abrazo.
Ha sido un placer compartir con vosotros esta noche de tranquis. ¡Muchas gracias!
¡Igualmente y gracias a ti! –les oigo decir ya bajando las escaleras de lado a lado.
***
Cierro la puerta y me arrastro hasta la cama. Espero que esta noche no vuelva a reprocharme otra vez que quería compañía. Solo son amigos; tiene que entenderlo….
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